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Imaginémonos a California azotada por interminables lluvias de proporciones bíblicas. Nuestros desiertos sumergidos bajo cuatro pies de agua. Poblados enteros arrastrados por las lluvias. Uno de cada ocho hogares destruido. Miles de muertos.

No se trata de una terrible predicción. Cada una de esas situaciones ya sucedió – justo aquí, en esta zona – hace más de 150 años.

Durante el invierno de 1861-62, una serie de tormentas alimentadas por un “río atmosférico” ocasionaron daños inimaginables, destruyendo el 25 por ciento de la economía, llevando a la bancarrota a un estado construido por la Fiebre del Oro – Un desastre que se denominó como la “Megainundación de California”–.

Los eventos climáticos extremos no son nada nuevo. Pero la climatología nos indica que dichos episodios son cada vez más intensos, y que el aumento de las temperaturas globales hacen que sean más frecuentes y menos predecibles.

Gracias a un acuerdo firmado en París el año pasado, el Plan de Energía Limpia de la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (EPA), y los esfuerzos en pro de una alianza regional promovida por el Gobernador Jerry Brown, hemos empezado a tomar medidas reales para contener la crisis climática.

Pero eso no niega el hecho de que un cierto grado de calentamiento ya es inevitable, acompañado por una mayor incidencia de sequías, inundaciones, olas de calor e incendios forestales.

El deshielo de las capas polares se traduce en que, tan sólo en el Área de la Bahía, más de 200 millas cuadradas de terreno son vulnerables al aumento del nivel del mar. El Concejo del Área de la Bahía calcula que la marea intensa provocada por una super tormenta moderna, y en el caso de tener varios días de duración, podría ocasionar daños económicos por más de 10,500 millones de dólares.

Algunas ciudades y condados ya han dado inicio a sofisticadas actividades de planificación. Otros apenas empiezan o se enfrentan a limitaciones presupuestarias.

Las compañías a cargo de la infraestructura también están trabajando junto a otras empresas del sector con el objetivo de estar preparadas. Pero ninguno de nosotros puede hacerlo solo – tanto el sector público como el privado, deben unir sus esfuerzos y participar en todos los niveles. 

Por nuestra parte, PG&E se ha unido al Departamento de Energía de los Estados, en una asociación dedicada a compartir los resultados de sus investigaciones y mejores prácticas. Hemos asignado 250,000 dólares en fondos de accionistas para preservar y restaurar las áreas pantanosas de protección en la Bahía de San Francisco a través de la adopción de la Medida AA.

Y durante el próximo año, lanzaremos el programa de subvenciones Better Together Resilient Communities para ayudar a las comunidades que se encuentran dentro de las 70,000 millas cuadradas de nuestra área de servicio a comprender, prepararse y responder a los riesgos asociados con el cambio climático– particularmente en comunidades desfavorecidas– donde la vulnerabilidad es alta y los recursos son escasos. Estas subvenciones están diseñadas para producir soluciones que otros pueden aprender y adoptar. 

Consideramos que esto constituye una prolongación natural de la misión de PG&E de garantizar la sustentabilidad de la infraestructura básica de la que depende nuestra economía, ya que esta promueve su vitalidad.

Pero también busca la concienciación de que las consecuencias del cambio climático no se limitan a un solo lugar, sino que representan un futuro compartido y un destino común.

La voluntad de enfrentarnos al futuro y tomar las decisiones necesarias para cambiarlo son nuestra mayor esperanza para conservar los los horrores de la Megainundación de California sólo en los libros de historia, donde pertenecen.

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El Concejo del Área de la Bahía calcula que la marea más intensa provocada por una super tormenta moderna, de unos cuantos días de duración, podría ocasionar daños económicos por más de 10,500 millones de dólares.

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